En un reciente viaje a Nueva York vi frustrado mi deseo de visitar la Hispanic Society of América al encontrarse cerrada por un largo periodo debido una la restauración integral del edificio.
A pesar de ello, unos días después abrió en el Museo de Prado de Madrid una exposición con una muestra representativa del catálogo de la Fundación, desplazada a España precisamente por la obra de la restauración.
La Exposición, por supuesto,, no me defraudó en absoluto, salvo por el hecho de no poder contemplar los murales que Sorolla pintó para la Sociedad, que quedaron en Nueva York. La exposición me permitió conocer la personalidad del hombre que creó esta sociedad: Archer Milton Huntington.
Huntignton nació en Nueva York en 1870, y desde niño tenía clarísimos sus intereses: “No creo que haya una cosa tan espléndida como un museo; me gustaría vivir en uno”, escribió en su diario. Debía su apellido al segundo esposo de su madre, Arabella, el riquísimo magnate ferroviario Collis P. Huntington. Arabella aprovechó los recursos económicos que le habían proporcionado sus segundas nupcias para componer una colección de arte donde destacaban las obras de los viejos maestros holandeses y franceses. Y el propio Archer recibió una educación exquisita que no descuidaba las artes, los idiomas y las Humanidades.
El primer contacto de Archer con la lengua española se produjo gracias a los empleados mexicanos del rancho de una tía suya, pero la revelación llegó durante un viaje por Europa a los doce años cuando adquirió en Londres un libro sobre los gitanos de España. “Fue entonces cuando se apasionó por este país”, nos explica Mitchell A. Codding, actual director de la Hispanic Society, ante un café en su hotel, situado a unos pocos metros del Prado. “Pero no quiso viajar a España hasta que no hubiera aprendido más sobre ella. Investigó sobre su cultura, estudió español –con una profesora de Valladolid– y hasta árabe. Y por fin hizo el viaje en 1892, con veintidós años, siguiendo la misma ruta del Cid, desde el Norte hacia Valencia”.
Para entonces Archer había reunido en su biblioteca unos 2.000 libros españoles o sobre temas hispánicos, y llevaba al menos tres años tramando el plan de abrir su propio museo, un plan que documentó con todo lujo de detalles. Por cierto, para escarnio de sus propios familiares, que consideraban la idea más bien descabellada. Pero quien ríe el último ríe mejor: cuando murió su padrastro, se vio con treinta años y una inmensa fortuna que empleó en comprar libros y obras de arte españolas, principalmente fuera de este país para no menoscabar nuestro patrimonio. “Él no era como Hearst y otros millonarios americanos que tenían gente por toda Europa comprándoles trofeos”, puntualiza Codding. “Huntington no quería trofeos: lo que le obsesionaba era crear su propio museo”.
Y vaya si lo creó: en 1904 se emitía el acta fundacional de la Hispanic Society of America. Nótese que la institución no llevaba su nombre, hecho insólito entre los mecenas de ayer, de hoy y de siempre. Para alojarla, adquirió un amplio terreno en el Upper Manhattan, sobre el que comenzó las obras de construcción de un elegante palacio de estilo Beaux Arts. Allí se materializaba al fin su sueño cuatro años más tarde: en 1908 la biblioteca y el museo de la Hispanic Society eran una realidad. Al principio con un contenido bastante limitado, pues unas cuarenta pinturas parecen poca cosa para un museo. Más cuando con las prisas muchas de ellas resultaron no ser obras de los grandes maestros que los marchantes le habían asegurado, sino de su talleres y seguidores.
Sin embargo, pronto lo amplió cuantitativa y cualitativamente con excelentes lienzos –auténticos– de Velázquez, el Greco o Goya. Durante un nuevo viaje a Europa conoció la obra de Sorolla, que le entusiasmó. El enorme éxito de la exposición que le dedicó en su museo benefició a todo el mundo: propulsó la fama de pintor valenciano en América, amplió la colección de la Hispanic Society (que adquirió algunas de sus pinturas) y puso definitivamente en el mapa a la institución. En 1911, Huntington encargó a Sorolla la realización de una serie de lienzos de gran formato sobre las regiones de España que tardó ocho años en finalizarse, y que hoy constituye probablemente el mayor reclamo del museo. Un año más tarde trató de repetir la operación con otra gran muestra de un artista español vivo, esta vez Ignacio Zuloaga. El éxito fue menor y no hubo encargo faraónico, aunque sí se compraron algunos de los cuadros del pintor vasco y, lo que es más importante, el millonario y el artista se hicieron grandes amigos.
Huntington siguió ampliando su colección, organizando exposiciones, financiando las artes y las letras y viajando por el mundo. Se divorció de su primera esposa –una prima suya– y volvió a casarse, esta vez con la escultora Anna Hyatt, que realizó la algo grandilocuente estatua de bronce del Cid Campeador que se erige en el patio del edificio (y de la que, por cierto, se realizaron varias copias, una de las cuales se encuentra en Sevilla y otra en Valencia). Cuando falleció, en 1955, hacía mucho que la suya era la mayor colección artística y bibliográfica de temas hispánicos fuera de nuestro país.
https://es.wikipedia.org/wiki/Archer_Milton_Huntington
La Historia Olvidada
Relatos de momentos decisivos de la vida de personajes que se están perdiendo en la vorágine de la historia ...
sábado, 6 de mayo de 2017
domingo, 1 de mayo de 2016
El doctor Mohamed Wasim Maaz
Trabajaba por las mañanas en el Hospital Infantil de Alepo y por las tardes atendía las urgencias pediátricas en el centro Al Quds, sostenido por Médicos Sin Fronteras (MSF) en su ciudad natal. El doctor Mohamed Wasim Maaz aún no se había casado a los 36 años. Estaba solo. Su familia se había refugiado tiempo atrás en Turquía. En el último lustro de guerra civil en Siria solo había tenido tiempo para curar las heridas de metralla y enfermedades causadas por la miseria a miles de menores. Nadie podrá reemplazarle en su trabajo.
Sus colegas de profesión le recuerdan apesadumbrados desde el jueves como uno de los mejores pediatras de la ciudad, como a uno de los últimos especialistas infantiles activos en una de las zonas más castigadas por el conflicto. Murió en el bombardeo que destruyó la noche anterior el hospital Al Quds —junto a un odontólogo, tres enfermeros y una veintena de civiles—, situado en la parte de Alepo bajo control de las fuerzas rebeldes al régimen de Bachar el Asad.
Se habían refugiado en el sótano del centro sanitario en los últimos días ante la intensificación de los bombardeos, pero de poco les sirvió contra los misiles de la aviación de combate siria o rusa. Son las únicas que operan sobre los cielos de Alepo. Dos decenas de vecinos fallecieron también al desplomarse las casas colindantes. Fue un crimen de guerra.
El director del Hospital Infantil de Alepo, el doctor Hatem, le rindió este homenaje en su cuenta en Facebook: “Era el mejor. Siempre bromeando con el equipo en tono amistoso. Era un ser humano valiente. Pasábamos más de seis horas juntos cada día…”. Sus amigos y colegas relatan ahora que estaba esperando a que terminara la guerra para casarse. Otro de los médicos con los que Maaz llevaba trabajando desde el inicio de la guerra le describió así en la cadena BBC: “Amaba su país y su ciudad. Le gustaba cuidar a los niños”.
Mirella Hodeib, portavoz de MSF en Beirut, confirmó que el pediatra colaboraba con la ONG humanitaria desde 2013. “Había elegido permanecer en Alepo para ayudar a la población a pesar de todos los riesgos y en unas condiciones extremas”. Apenas deben quedar unos 80 médicos en la zona rebelde de la ciudad, que cuenta con más de 200.000 habitantes. “Casi todos han muerto o se han marchado”, reconocía a France Presse un responsable de MSF en Turquía. Siete de los hospitales que esta organización mantiene en funcionamiento en Siria han sido atacados en lo que va de año, con un resultado de 16 víctimas mortales entre el personal sanitario.
En una carta publicada por la organización Crisis Action, los médicos de Alepo alertan de que los hospitales están “al borde del colapso”. “Las mujeres, los niños, los ancianos están pagando el precio del fracaso de Rusia y Estados Unidos pata mantener la tregua”, denuncian. El conflicto se ha cobrado ya la vida de al menos 13.500 niños y 730 médicos, según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos.
El PAIS
Carta a su amigo
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viernes, 29 de abril de 2016
Julián de Zulueta, médico español
Posiblemente ningún español haya llegado tan lejos como Julián de Zulueta en su empeño por erradicar la malaria, esa enfermedad que mata a casi medio millón de niños africanos cada año y cuyo Día Internacional se celebra hoy.
De Zulueta se jubiló en 1977 tras 25 años de servicio en la OMS, pero no abandonó la investigación de la malaria. En 2006 le pidió al Rey Juan Carlos que le dejara abrir la tumba de Carlos V para analizar su momia y averiguar de qué había muerto realmente. El Borbón se lo negó, pero después sí permitió que extrajese muestras de una falange del emperador que le habían cortado en 1868, cuando se destapó su sepultura. De Zulueta colaboró con Pedro Alonso, el otro gran malariólogo español, en el estudio de los restos de sangre del rey. Hubo que mandar el dedo a Barcelona. “El traslado se hizo en un coche fúnebre, escoltado por la Guardia Civil”, relata. Y el análisis confirmó que Carlos V murió de malaria en su retiro del monasterio de Yuste. “Yo hice el examen microscópico. Una de las láminas era para un libro de texto sobre medicina tropical o historia de la medicina: se veían parásitos fósiles que, además, ¡habían matado al emperador!”, recuerda De Zulueta. Las imágenes se cedieron a Patrimonio Nacional para que cualquiera pudiese ver a los asesinos de Carlos V.
Apasionado por la historia de la medicina y la navegación, De Zulueta hizo importantes estudios históricos de cómo las enfermedades influyeron en las batallas importantes. Él decía que España había pedido en Trafalgar por culpa del zumo de limón. Los británicos sabían que la vitamina c evitaba el escorbuto y por eso Nelson le daba a sus hombres jugo de cítricos con ron, ración doble el día de la batalla. Los españoles, en el mejor de los casos, recibían vino y eran presas del escorbuto.
De Zulueta también consiguió localizar en Reino Unido los cuadernos de bitácora de las naves inglesas que hundieron La Mercedes en 1804 y que sirvieron como prueba en la batalla judicial que le dio al Gobierno español el triunfo sobre la empresa cazatesoros Odyssey. El médico madrileño fue también alcalde de Ronda (Málaga) por el PSOE e hizo un trabajo decisivo para defender los bosques de pinsapos de esa zona y, después, impulsar los planes de conservación del Oso Pardo en el norte de España. De Zulueta murió en Ronda el 8 de diciembre de 2015.
En 1947, tras haberse exiliado a Colombia al estallar la Guerra Civil Española, el joven médico De Zulueta llegó a Los Llanos, una remota zona del país donde el paludismo campaba a sus anchas. “Yo siempre he tratado de ir a los sitios y vivir como la gente que pesca paludismo; no verlo de lejos, sino de inmediato: en las casas, durmiendo como dormían quienes vivían allí, en sus hamacas”, relataba De Zulueta en sus memorias Tuan Nyamok, publicadas por la Residencia de Estudiantes. Así que además de fumigar con DDT para aniquilar a los mosquitos, De Zulueta le propuso a sus cinco colaboradores que salieran de noche al campo y se dejasen picar deliberadamente. Todos aceptaron.
Aquellos hombres salieron a los claros de la jungla que había cerca de las granjas y esperaron con los pies y las pantorrillas desnudas a sentir el picotazo. Solo entonces, con mucho cuidado, recogían al mosquito con un tubo de ensayo para analizarlo. Todos pescaron la malaria. De Zulueta sufrió fuertes fiebres, pero sabía que gracias a la cloroquina la enfermedad no sería mortal. En el laboratorio analizó su sangre al microscopio y comprobó que estaba infestada no con una, sino con dos variantes del parásito del paludismo. Tras dos días en la cama sin poder moverse, comprendió mucho mejor a lo que se enfrentaba. “Pensé: Y hay gente con malaria, con paludismo crónico, que ha tenido este ataque una y otra vez. ¡Lo que supone de sufrimiento! ¡Lo que le quita de la vida a una persona, de su actividad y de su vida! De manera que haber tenido yo la malaria en Colombia me pareció una experiencia muy buena”.
En esos primeros experimentos, De Zulueta comenzó a entender los fundamentos básicos de la dolencia y el vector que lo transmite, como por ejemplo que los mosquitos tienen preferencia por unas personas más que por otras, como después han detallado muchos estudios científicos. También que hay mosquitos que prefieren alimentarse de la sangre de animales y otros especializados en picar las venas de los humanos.
De Zulueta trabajó como médico de enfermedades tropicales para la Organización Mundial de la Salud (OMS), la mayor parte del tiempo a la cabeza de misiones de erradicación del paludismo. Su sobrenombre, el "señor de los mosquitos" (Tuan Nyamok), se lo pusieron los dayak de Borneo en 1953 durante una de sus primeras misiones. Después pasaría por Irán, Siria, Jordania, Irak, Afganistán, Pakistán, Uganda, Líbano, Argelia… en muchos casos viajando con Gillian, su mujer, y sus hijas. Su casa era un Land Rover mitad caravana mitad ambulancia que le cedió la OMS y con el que condujo literalmente por medio de varias guerras, armado solo con la diplomacia de la medicina. En algunos de esos países fue el primero en abordar el problema del paludismo y consiguió erradicarlo. En las fotos de aquellos tiempos De Zulueta es un hombre con mil caras. Se le ve casi desnudo con dos jóvenes que querían agradecerle su ayuda en Borneo, tocado con un pañuelo palestino perdido en algún lugar de Jordania, desenterrando su coche en medio del desierto de Siria y, en general, pisando lugares que no habían sido explorados antes ni por las autoridades de los países a los que era enviado y atrapando mosquitos para analizarlos en el laboratorio.
“Julián de Zulueta es muy poco conocido en España”, explica José García-Velasco, que preside la Institución Libre de Enseñanza (ILE), donde se educó De Zulueta. La sede madrileña de esta organización celebra esta tarde a las 19:00 horas un acto para reconocer la figura de este médico nacido en Madrid en 1918 y fallecido a finales del año pasado.
De Zulueta (1918-2015) era hijo de diplomático y se notaba, pues se ganó a los políticos, reyezuelos y líderes tribales allí donde fue. En Uganda, en 1959, poco antes de la independencia, la mayoría de instituciones del país se estaban desmoronando, incluida la sanidad, con huelgas y protestas constantes. En esa época alguien le preguntó cómo hacía él para conseguir ir y venir sin problemas, realizar las campañas de erradicación y hacer que los 100 trabajadores que tenía a su cargo siempre estuviesen disponibles. “Qué cómo lo hago, pues matándoles un búfalo cada dos semanas”, contestaba De Zulueta. Cada pieza que se cobraba con su rifle le daba unos 500 kilos de carne que, para sus famélicos trabajadores, era la mejor recompensa posible. “El búfalo se les subía a la cabeza, como a quien bebe. Los oías reírse, cantar, de juerga…, como si se hubieran tomado unas buenas copas. Pero en su caso no era por acompañar la carne con alguna bebida; era por la satisfacción de comerse dos kilos de búfalo”, relataba el médico, que añadía con humor: “he sido buen cazador, lo que no parece muy institucionista ¡Qué diría [Francisco] Giner [de los Ríos, creador de la ILE] de todo esto que estoy contando!”.
En Uganda estuvo investigando con el virus O’nyong-nyong, que no era letal pero producía fuertes dolores de huesos. El equipo analizó la sangre de la población local, en especial la de los niños, y vio que el virus interrumpía el ciclo del parásito de la malaria. De Zulueta quiso hacer un nuevo experimento en sus propias carnes y las de sus colaboradores: inocularse la malaria y después el O’nyong-nyong para saber si se podía detener así el avance del paludismo. Las autoridades locales aceptaron pero, cuando la OMS supo del proyecto, lo frenaron en seco.
Los asesinos de Carlos V
De Zulueta también consiguió localizar en Reino Unido los cuadernos de bitácora de las naves inglesas que hundieron La Mercedes en 1804 y que sirvieron como prueba en la batalla judicial que le dio al Gobierno español el triunfo sobre la empresa cazatesoros Odyssey. El médico madrileño fue también alcalde de Ronda (Málaga) por el PSOE e hizo un trabajo decisivo para defender los bosques de pinsapos de esa zona y, después, impulsar los planes de conservación del Oso Pardo en el norte de España. De Zulueta murió en Ronda el 8 de diciembre de 2015.
“La vida de Julián da para hacer una película de aventuras”, reconoce García-Velasco, que hoy intervendrá en el homenaje al médico madrileño. “Julián fue producto de un momento, un ejemplo de gente de primer nivel; España se quedó sin ellos, pero al menos el mundo se benefició”, concluye.
Hertha Marks Ayrton, la científica que inventó el arco eléctrico
Hertha Marks Ayrton nació el 28 de abril de 1854 en Portsea (Inglaterra) en una familia humilde de ocho hermanos. Quizás no te suene su nombre, pero esta ingeniera fue pionera en el estudio del arco eléctrico, lo que posibilitó la llegada de la electricidad tal y como la conocemos. Con motivo del 162º aniversario de su nacimiento, Google ha decidido homenajearla con uno de sus famosos doodles.
El padre de Hertha Marks Ayrton, Levi Marks, fue un inmigrante polaco, relojero de profesión, que tuvo problemas para ejercer como vendedor ambulante en Inglaterra. En 1851 se casó con la hija de Joseph Moss, un comerciante de vidrio en Portsea, Hampshire, y con ella tuvo ocho hijos. Levi murió en 1861, cuando su mujer, Alicia Teresa Moss, estaba embarazada por octava vez. Costurera de profesión, Alicia sacó adelante a todos sus hijos hasta que estos fueron lo suficientemente mayores para trabajar.
En 1881 Hertha Marks Ayrton comenzó a dar clases particulares, al mismo tiempo que seguía estudiando Física en el Finsbury Technical College. Allí conoció al que se convertiría en su marido, el profesor William Ayrton, con quien se casó en 1881. Juntos avanzaron en el campo de la electricidad hasta convertirse en especialistas en el campo del arco eléctrico. Hertha Marks Ayrton comenzó estudiando en casa, y trabajando como institutriz a los 16 años. Pero gracias a la ayuda de su tutora, desafió los estándares de su tiempo, y estudió en el Girton College entre 1877 y 1881, especializándose en Matemáticas.
En 1899 se convirtió en la primera mujer que integró la Institución de Ingenieros Eléctricos y en 1902 publicó el libro 'El arco eléctrico', una obra que obtuvo una gran aceptación y excelentes críticas. Sin embargo, Hertha Marks Ayrton no pudo presentarlo en la Royal Society de Londres, ya que era una mujer, y su trabajo fue leído por un hombre.
Aunque el mayor de sus logros fue la invención del arco eléctrico, no fue el único. A mediados del siglo XIX no era precisamente fácil para las mujeres acceder a la Universidad, pero Phoebe Sarah Marks (el nombre con el que nació) desafió los prejuicios de la época.
Pero sus éxitos no acabaron ahí. Nacida en una época nada fácil para las mujeres, Hertha Marks Ayrton sufrió en sus propias carnes la discriminación por sexo a lo largo de toda su vida. Quizás por eso, además de ser una de las científicas más destacadas del siglo XX, decidió también convertirse en una luchadora incansable por los derechos de la mujer y en una activista por el derecho al voto femenino en Inglaterra.
Gracias a este activismo social, Hertha Marks Ayrton llegó a ser vicepresidenta tanto de la Federación Británica de Mujeres Universitarias como de la Unión Nacional de Sociedades por el Sufragio de las Mujeres.
Hertha Marks Ayrton murió en 1923. Apenas dos años después se creó una beca en la universidad de Girton que lleva su nombre.
sábado, 6 de junio de 2015
Leonid Rogozov, el hombre que se operó a si mismo.
Una situación así se le presentó a Leonid Rogozov, un médico ruso que en abril del año 1961 se encontraba en la Antártida con un equipo de investigadores rusos cuando comenzó a sentirse mal.
Los síntomas parecían ser de peritonitis y la solución pasaba por una rápida intervención quirúrgica. Sin embargo, en aquel lugar no existía ningún recursos médico que le permitiera afrontar esta operación de forma inmediata, por lo que no quedó otra opción que realizar el mismo la operación.
La operación comenzó alrededor de las 22:00 el 30 de abril de 1961. Rógozov se inyectó en la pared abdominal una solución de 0,5% de novocaína como anestesia local. Con la ayuda del conductor de tractores y el meteorólogo, que le alcanzaban los instrumentos y la utilización de un espejo para observar las áreas no directamente visibles, mientras que Rógozov estaba en una posición semireclinada, se volvió hacia su lado izquierdo.
Rógozov hizo una incisión de unos 12 cm para buscar el apéndice. Media hora después del inicio de la operación empezó a sentir debilidad general y náuseas, por lo que de ahí en adelante tuvo que hacer varias pausas para descansar. Según su informe, el inflamado apéndice tenía una perforación de 2 × 2 cm en la base. Rógozov inyectó antibióticos directamente en la cavidad peritoneal. Cerca de la medianoche terminó la operación.
Después de un breve período de debilidad posoperatoria, los signos de peritonitis desaparecieron. La temperatura de Rógozov volvió a la normalidad después de cinco días. Siete días después de la operación, Rógozov retiró los puntos de sutura. En unas dos semanas pudo reanudar sus actividades normales.
Referencias:
viernes, 1 de mayo de 2015
El monje inmolado.
Hacia las 9 de la tarde del 10 de junio de 1963, Thich Duc Nghiep, portavoz del movimiento activista Xa Loi Pagodaun llamó por teléfono al periodista Malcolm Browne para advertirle de que al día siguiente iba a ocurrir un hecho importante en el centro Saigon, recomendándole encarecidamente que estuviera presente.
Siguiendo sus instrucciones, el día siguiente Browne y otros periodistas, llegaron a las 7:45 a la pagoda Tu Nghiem, 15 minutos antes de la hora convenida. Después de asistir a los servicios religiosos de la comunidad budista, las 9 de la mañana, unos 350 monjes se dirigieron en procesión a la pagoda Xa Loi, precedidos lentamente por un Austin de color gris.
Seguidamente, recitó las palabras «Nam Mô A Di Đà Phật» («homenaje aBuda Amitābha»), prendió posteriormente un fósforo y se lo arrojó al cuerpo, que comenzó a consumirse en silencio. En ningún momento se escucharon lamentos ni gritos de la figura ardiente.
Las últimas palabras de Thích Quảng Đức quedaron registradas en una carta que escribió antes de suicidarse:
Antes de cerrar los ojos y dirigirme hacia la figura de Buda, suplico respetuosamente al presidente Ngô Đình Diệm que tenga compasión de los habitantes de la nación y que desarrolle una igualdad religiosa que mantenga la fuerza de la patria para siempre. Llamo a los venerables, reverendos, miembros de la sangha y predicadores budistas para que se organicen y hagan sacrificios con el objetivo de proteger el budismo.
Referencias:
jueves, 30 de abril de 2015
Dorothy Counts, un paseo de fe.
No era una mañana cualquiera para Dorothy Counts aquel 4 de Septiembre de 1957 en Charlotte, Carolina del Norte. Con apenas 15 años, iba a salir de casa para asistir a su primer día de clase en el Instituto Harry Harding , una institución solo para blancos en una ciudad solo para blancos de un estado solo para blancos.
Ninguna persona de raza negra se había atrevido a dar este paso antes en un estado segregacionista en Estados Unidos.
Frente a la puerta del instituto la esperaba una multitud con la consigna de hacer de ese recorrido un calvario que la obligara a echarse atrás de tan ridícula determinación. Dorothy tenia 15 años y sabia lo que iba a ocurrir, pero su determinación y valentía, hicieron posible que cumpliera su propósito simplemente porque creía en la igualdad de derechos de las personas. Quizá en la américa de aquellos años muchos negros valientes mostraran abiertamente su protesta por algo que hoy nos parece obvio, y sus acciones pasaran totalmente desapercibidas.
Sin embargo, todo lo que ocurrió aquella mañana fué inmortalizado por la cámara de Don Sturkey, del Charlotte Observer . Sus fotografías se difundieron rápidamente por los medios de comunicación y el mundo entero fué testigo de aquél suceso. Este vídeo nos hace protagonistas de aquel suceso.
El final de la historia de Dorothy Counts-Scoggins es conocida. Tuvo que marchar de Charlotte 4 dias después de aquel suceso porque las autoridades no podían asegurar su integridad. Volvió al poco tiempo a vivir a Charlotte, donde se graduó en Psicología. Dedicó su vida profesional a cuidar a niños sin recursos y actualmente vive retirada en Charlotte.
Recientemente declaró que " Lo que ocurrió aquellos días me dejó claro lo que quería hacer. Siempre quise trabajar para asegurar que no ocurran cosas malas a otros niños ".
A raiz del eco que tuvieron las fotografías de Sturkey , las autoridades de Charlotee promovieron la integración racial en su comunidad.
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