Posiblemente ningún español haya llegado tan lejos como Julián de Zulueta en su empeño por erradicar la malaria, esa enfermedad que mata a casi medio millón de niños africanos cada año y cuyo Día Internacional se celebra hoy.
En 1947, tras haberse exiliado a Colombia al estallar la Guerra Civil Española, el joven médico De Zulueta llegó a Los Llanos, una remota zona del país donde el paludismo campaba a sus anchas. “Yo siempre he tratado de ir a los sitios y vivir como la gente que pesca paludismo; no verlo de lejos, sino de inmediato: en las casas, durmiendo como dormían quienes vivían allí, en sus hamacas”, relataba De Zulueta en sus memorias
Tuan Nyamok, publicadas por la Residencia de Estudiantes. Así que además de fumigar con DDT para aniquilar a los mosquitos, De Zulueta le propuso a sus cinco colaboradores que salieran de noche al campo y se dejasen picar deliberadamente. Todos aceptaron.
Aquellos hombres salieron a los claros de la jungla que había cerca de las granjas y esperaron con los pies y las pantorrillas desnudas a sentir el picotazo. Solo entonces, con mucho cuidado, recogían al mosquito con un tubo de ensayo para analizarlo. Todos pescaron la malaria. De Zulueta sufrió fuertes fiebres, pero sabía que gracias a la cloroquina la enfermedad no sería mortal. En el laboratorio analizó su sangre al microscopio y comprobó que estaba infestada no con una, sino con dos variantes del parásito del paludismo. Tras dos días en la cama sin poder moverse, comprendió mucho mejor a lo que se enfrentaba. “Pensé: Y hay gente con malaria, con paludismo crónico, que ha tenido este ataque una y otra vez. ¡Lo que supone de sufrimiento! ¡Lo que le quita de la vida a una persona, de su actividad y de su vida! De manera que haber tenido yo la malaria en Colombia me pareció una experiencia muy buena”.
En esos primeros experimentos, De Zulueta comenzó a entender los fundamentos básicos de la dolencia y el vector que lo transmite, como por ejemplo que los mosquitos tienen preferencia por unas personas más que por otras, como después han detallado muchos estudios científicos. También que hay mosquitos que prefieren alimentarse de la sangre de animales y otros especializados en picar las venas de los humanos.
De Zulueta trabajó como médico de enfermedades tropicales para la Organización Mundial de la Salud (OMS), la mayor parte del tiempo a la cabeza de misiones de erradicación del paludismo. Su sobrenombre, el "señor de los mosquitos" (
Tuan Nyamok), se lo pusieron los dayak de Borneo en 1953 durante una de sus primeras misiones. Después pasaría por Irán, Siria, Jordania, Irak, Afganistán, Pakistán, Uganda, Líbano, Argelia… en muchos casos viajando con Gillian, su mujer, y sus hijas. Su casa era un Land Rover mitad caravana mitad ambulancia que le cedió la OMS y con el que condujo literalmente por medio de varias guerras, armado solo con la diplomacia de la medicina. En algunos de esos países fue el primero en abordar el problema del paludismo y consiguió erradicarlo. En las fotos de aquellos tiempos De Zulueta es un hombre con mil caras. Se le ve casi desnudo con dos jóvenes que querían agradecerle su ayuda en Borneo, tocado con un pañuelo palestino perdido en algún lugar de Jordania, desenterrando su coche en medio del desierto de Siria y, en general, pisando lugares que no habían sido explorados antes ni por las autoridades de los países a los que era enviado y atrapando mosquitos para analizarlos en el laboratorio.
“Julián de Zulueta es muy poco conocido en España”, explica José García-Velasco, que preside la Institución Libre de Enseñanza (ILE), donde se educó De Zulueta. La sede madrileña de esta organización celebra esta tarde a las 19:00 horas un acto para reconocer la figura de este médico nacido en Madrid en 1918 y fallecido a finales del año pasado.
De Zulueta (1918-2015) era hijo de diplomático y se notaba, pues se ganó a los políticos, reyezuelos y líderes tribales allí donde fue. En Uganda, en 1959, poco antes de la independencia, la mayoría de instituciones del país se estaban desmoronando, incluida la sanidad, con huelgas y protestas constantes. En esa época alguien le preguntó cómo hacía él para conseguir ir y venir sin problemas, realizar las campañas de erradicación y hacer que los 100 trabajadores que tenía a su cargo siempre estuviesen disponibles. “Qué cómo lo hago, pues matándoles un búfalo cada dos semanas”, contestaba De Zulueta. Cada pieza que se cobraba con su rifle le daba unos 500 kilos de carne que, para sus famélicos trabajadores, era la mejor recompensa posible. “El búfalo se les subía a la cabeza, como a quien bebe. Los oías reírse, cantar, de juerga…, como si se hubieran tomado unas buenas copas. Pero en su caso no era por acompañar la carne con alguna bebida; era por la satisfacción de comerse dos kilos de búfalo”, relataba el médico, que añadía con humor: “he sido buen cazador, lo que no parece muy institucionista ¡Qué diría [Francisco] Giner [de los Ríos, creador de la ILE] de todo esto que estoy contando!”.
En Uganda estuvo investigando con el virus O’nyong-nyong, que no era letal pero producía fuertes dolores de huesos. El equipo analizó la sangre de la población local, en especial la de los niños, y vio que el virus interrumpía el ciclo del parásito de la malaria. De Zulueta quiso hacer un nuevo experimento en sus propias carnes y las de sus colaboradores: inocularse la malaria y después el O’nyong-nyong para saber si se podía detener así el avance del paludismo. Las autoridades locales aceptaron pero, cuando la OMS supo del proyecto, lo frenaron en seco.
Los asesinos de Carlos V
De Zulueta se jubiló en 1977 tras 25 años de servicio en la OMS, pero no abandonó la investigación de la malaria. En 2006 le pidió al Rey Juan Carlos que le dejara abrir la tumba de Carlos V para analizar su momia y averiguar de qué había muerto realmente. El Borbón se lo negó, pero después sí permitió que extrajese muestras de una falange del emperador que le habían cortado en 1868, cuando se destapó su sepultura. De Zulueta colaboró con Pedro Alonso, el otro gran malariólogo español, en el estudio de los restos de sangre del rey. Hubo que mandar el dedo a Barcelona. “El traslado se hizo en un coche fúnebre, escoltado por la Guardia Civil”, relata. Y el análisis confirmó que Carlos V murió de malaria en su retiro del monasterio de Yuste. “Yo hice el examen microscópico. Una de las láminas era para un libro de texto sobre medicina tropical o historia de la medicina: se veían parásitos fósiles que, además, ¡habían matado al emperador!”, recuerda De Zulueta. Las imágenes se cedieron a Patrimonio Nacional para que cualquiera pudiese ver a los asesinos de Carlos V.
Apasionado por la historia de la medicina y la navegación, De Zulueta hizo importantes estudios históricos de cómo las enfermedades influyeron en las batallas importantes. Él decía que España había pedido en Trafalgar por culpa del zumo de limón. Los británicos sabían que la vitamina c evitaba el escorbuto y por eso Nelson le daba a sus hombres jugo de cítricos con ron, ración doble el día de la batalla. Los españoles, en el mejor de los casos, recibían vino y eran presas del escorbuto.
De Zulueta también consiguió localizar en Reino Unido los cuadernos de bitácora de las naves inglesas que hundieron La Mercedes en 1804 y que sirvieron como prueba en la batalla judicial que le dio al Gobierno español el triunfo sobre la empresa cazatesoros Odyssey. El médico madrileño fue también alcalde de Ronda (Málaga) por el PSOE e hizo un trabajo decisivo para defender los bosques de pinsapos de esa zona y, después, impulsar los planes de conservación del Oso Pardo en el norte de España. De Zulueta murió en Ronda el 8 de diciembre de 2015.
“La vida de Julián da para hacer una película de aventuras”, reconoce García-Velasco, que hoy intervendrá en el homenaje al médico madrileño. “Julián fue producto de un momento, un ejemplo de gente de primer nivel; España se quedó sin ellos, pero al menos el mundo se benefició”, concluye.