A pesar de ello, unos días después abrió en el Museo de Prado de Madrid una exposición con una muestra representativa del catálogo de la Fundación, desplazada a España precisamente por la obra de la restauración.
La Exposición, por supuesto,, no me defraudó en absoluto, salvo por el hecho de no poder contemplar los murales que Sorolla pintó para la Sociedad, que quedaron en Nueva York. La exposición me permitió conocer la personalidad del hombre que creó esta sociedad: Archer Milton Huntington.


Para entonces Archer había reunido en su biblioteca unos 2.000 libros españoles o sobre temas hispánicos, y llevaba al menos tres años tramando el plan de abrir su propio museo, un plan que documentó con todo lujo de detalles. Por cierto, para escarnio de sus propios familiares, que consideraban la idea más bien descabellada. Pero quien ríe el último ríe mejor: cuando murió su padrastro, se vio con treinta años y una inmensa fortuna que empleó en comprar libros y obras de arte españolas, principalmente fuera de este país para no menoscabar nuestro patrimonio. “Él no era como Hearst y otros millonarios americanos que tenían gente por toda Europa comprándoles trofeos”, puntualiza Codding. “Huntington no quería trofeos: lo que le obsesionaba era crear su propio museo”.
Y vaya si lo creó: en 1904 se emitía el acta fundacional de la Hispanic Society of America. Nótese que la institución no llevaba su nombre, hecho insólito entre los mecenas de ayer, de hoy y de siempre. Para alojarla, adquirió un amplio terreno en el Upper Manhattan, sobre el que comenzó las obras de construcción de un elegante palacio de estilo Beaux Arts. Allí se materializaba al fin su sueño cuatro años más tarde: en 1908 la biblioteca y el museo de la Hispanic Society eran una realidad. Al principio con un contenido bastante limitado, pues unas cuarenta pinturas parecen poca cosa para un museo. Más cuando con las prisas muchas de ellas resultaron no ser obras de los grandes maestros que los marchantes le habían asegurado, sino de su talleres y seguidores.

Sin embargo, pronto lo amplió cuantitativa y cualitativamente con excelentes lienzos –auténticos– de Velázquez, el Greco o Goya. Durante un nuevo viaje a Europa conoció la obra de Sorolla, que le entusiasmó. El enorme éxito de la exposición que le dedicó en su museo benefició a todo el mundo: propulsó la fama de pintor valenciano en América, amplió la colección de la Hispanic Society (que adquirió algunas de sus pinturas) y puso definitivamente en el mapa a la institución. En 1911, Huntington encargó a Sorolla la realización de una serie de lienzos de gran formato sobre las regiones de España que tardó ocho años en finalizarse, y que hoy constituye probablemente el mayor reclamo del museo. Un año más tarde trató de repetir la operación con otra gran muestra de un artista español vivo, esta vez Ignacio Zuloaga. El éxito fue menor y no hubo encargo faraónico, aunque sí se compraron algunos de los cuadros del pintor vasco y, lo que es más importante, el millonario y el artista se hicieron grandes amigos.
Huntington siguió ampliando su colección, organizando exposiciones, financiando las artes y las letras y viajando por el mundo. Se divorció de su primera esposa –una prima suya– y volvió a casarse, esta vez con la escultora Anna Hyatt, que realizó la algo grandilocuente estatua de bronce del Cid Campeador que se erige en el patio del edificio (y de la que, por cierto, se realizaron varias copias, una de las cuales se encuentra en Sevilla y otra en Valencia). Cuando falleció, en 1955, hacía mucho que la suya era la mayor colección artística y bibliográfica de temas hispánicos fuera de nuestro país.
https://es.wikipedia.org/wiki/Archer_Milton_Huntington
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